viernes, 11 de julio de 2014

EL ESPÍRITU SANTO HABLA HOY

En los días cercanos a Pentecostés seguramente habrá numerosas predicaciones sobre el Espíritu Santo. Podremos deleitarnos con palabras bonitas y recordar aquel maravilloso momento experimentado por los Apóstoles y discípulos de Jesús. Por tanto no voy  a añadir más comentarios al respecto, pero sí siento la necesidad de realizar la siguiente pregunta: ¿Qué me dice hoy a mí el Espíritu Santo?.

Para responder a esta pregunta podemos utilizar la Biblia. En la Carta a los Hebreos encontramos las siguientes palabras, plenamente actuales: «dice el Espíritu Santo: si oís hoy  su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la Querella, el día de la provocación en el desierto, donde me provocaron vuestros padres y me pusieron a prueba, aun después de haber visto mis obras durante cuarenta años. Por eso me irrité contra esta generación y dije: Andan siempre errados en su corazón; no conocieron mis caminos. Por eso juré en mi cólera: ¡No entrarán en mi descanso!» (Hb 3,7-11)

¡Si oyes hoy la voz del Espíritu Santo no endurezcas tu corazón! Esto es algo importantísimo. Podemos trasladarnos en el tiempo unos 3500 años y pensar en aquellos israelitas atravesando el desierto, siendo testigos de los prodigios de Dios. A pesar de esto, endurecieron sus corazones. Nos puede parecer algo incomprensible el hecho de que ante tantas maravillas divinas haya personas que no abran su corazón y continúen con un estilo de vida ofensivo  a Dios. Esto pasó durante el Éxodo, se repitió en los tiempos de Jesús y en el “hoy” que estamos viviendo sucede exactamente lo mismo.

Hay un concepto que parece haberse generalizado. Se trata de tener una vida religiosa personal hecha a la medida que nos interesa sin preocuparnos si complace a Dios. Y al Señor de cielos y Tierra lo tenemos como un amuleto, o como un desahogo de nuestras angustias y preocupaciones en momentos puntuales y nada más. Pero incluso en estas circunstancias el Espíritu Santo sigue hablándonos. Su voz sigue insistiendo, esperando a que alguna vez respondamos adecuadamente.

Aquellos israelitas, después de cuarenta años viendo prodigios continuaron con un corazón duro, idólatra y desconfiado. Finalmente, llegó un momento que Dios dijo basta, y toda la generación endurecida, desobediente e incrédula, murió en el desierto sin poder entrar en la Tierra Prometida, lugar de descanso. Solamente unos pocos dejaron a la Palabra de Dios penetrar en su corazón y fueron obedientes, confiados, entregados, etc… Estos si entraron en la nueva tierra.

El Señor habla “hoy” a través de su Espíritu Santo, en los sacramentos, especialmente en el bautismo, la confirmación y la Eucaristía; habla el día de Pentecostés, también en los bautismos en el Espíritu, o en otras formas de oraciones. Aun así, ¿Qué está sucediendo? ¿Quizás no está pasando como en el Éxodo? A pesar de las experiencias que tenemos de Dios, de los sacramentos y de maravillas sobrenaturales o naturales que podamos observar, nuestro corazón sigue endurecido, desobediente e incrédulo, y no cambiamos. Es frustrante ver tantas confirmaciones infructuosas y tantos bautismos en el Espíritu sin resultados. Esta realidad nos obliga a replantearnos muchas cosas, incluida la calidad de nuestra vida espiritual y nuestra obediencia a Dios. Por muchos siglos que nos separen de aquellos israelitas, no somos tan diferentes. Ellos se volvían eufóricos cuando veían a Dios actuar, nosotros también. Al poco tiempo se olvidaban y recuperaban su rutina diaria, con sus ídolos, sus quejas y su religiosidad ritualista; nosotros también. Y este ciclo se repetía una y otra vez.

El autor de la Carta a los Hebreos sufre por la comunidad cristiana y les da el siguiente consejo: «¡Mirad, hermanos!, que no haya en ninguno de vosotros un corazón maleado por la incredulidad que le haga apostatar de Dios vivo; antes bien, exhortaos mutuamente cada día mientras dure este hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca seducido por el pecado. Pues hemos venido a ser partícipes de Cristo, a condición de que mantengamos firme hasta el fin la segura confianza del principio» (Hb 3,13-14).

En estas palabras de la Carta podemos apreciar la importancia otorgada a la comunidad cristiana. “¡Exhortaos mutuamente cada día mientras dure este hoy!”, nos dice el autor. Para que aquella confianza y entrega producida al principio, gracias a una experiencia de Dios, se mantenga hasta el final de nuestros días es necesaria la ayuda comunitaria. Hay que escuchar buenas predicaciones asiduamente, tener un buen confesor, personas que oren por nosotros en cualquier necesidad, algún guía espiritual, leer buenos libros cristianos, y sobre todo la Biblia, etc… Si podemos disponer de todos los medios para mantenernos firmes, mejor, si no, hay que aprovechar los que tengamos y orar para que Dios nos bendiga proporcionándonos aquellos que nos falten .

¡No dejemos enfriar la fe!. El Espíritu Santo nos habla en un “hoy” que puede durar muchos años. Dios nos hablará de muchas maneras, más o menos sobrenaturales, para que le reconozcamos y vivamos el resto de nuestras vidas para él y su Reino, según la vocación a la que hayamos sido llamados. En este dilatado “hoy” pueden suceder dos cosas:

1. Dios puede hablarnos y darnos mayores o menores experiencias pero, a pesar de esto,  nuestro corazón endurecido podría no querer cambiar de vida. Las oportunidades de cambio se repetirán tantas veces como el Señor crea oportunas. Si todas ellas son infructuosas y decidimos permanecer en la desobediencia no entraremos en el descanso de Dios.

2. También podemos responder positivamente al llamado de Dios, con los altibajos propios de los hombres pecadores, pero con un corazón sinceramente entregado a Él. En este caso, este “hoy” del Espíritu Santo nos permitirá gozar de sus manifestaciones cada vez que quiera permitirnos una experiencia divina. Aquellos cuarenta años por el desierto estuvieron marcados por obras sobrenaturales de Dios que muchos no aprovecharon, mientras que otros pocos consolidaron su fe gracias a ellas.

La dureza de corazón es algo muy peligroso porque nos causa alejamiento de Dios. Lo peor es que quien sufre esta dureza muchas veces no es consciente de su gravedad y no le importa en absoluto su separación total de Dios. Por otra parte, hay quienes reconocen a Dios y se dan cuenta de su estado de separación pero en ellos hay una fuerza que los aleja de Dios, aún en contra de su voluntad. Quizás al principio luchan un poco contra ella pero finalmente ceden y sucumben. La dureza de corazón Produce un bloqueo en la persona que le impide acoger positivamente la Palabra de Dios, y por tanto, reaccionar de la forma adecuada ante las manifestaciones divinas. Partiendo de la cita bíblica de la Carta a los Hebreos, podemos preguntarnos ¿Qué cosas endurecen el corazón?:

1. La Querella o rebeldía (cf. Hb 3,8). Genera desobediencia y es algo que todo ser humano tiene como herencia espiritual derivado de la primera caída del hombre. Hay que abandonar nuestra rebeldía  y ser más como Jesucristo, humilde, manso y  obediente en todo a Dios.

2. La incredulidad (cf. Hb 3,12). Una de las poderosas herramientas del diablo para bloquear a cualquier posible futuro cristiano es bombardear su mente con todo tipo de argumentos y excusas para no creer. Como ejemplo podríamos encontrar famosos filósofos que han leído la Biblia pero han encontrado y escrito multitud de falsos argumentos para justificar la no necesidad creer.

3. El pecado (cf. Hb 3,13). Si bien la rebeldía y la incredulidad ya son pecado en sí, la lista de pecados podría alargarse mucho más. De hecho todo pecado es una desobediencia a Dios. Cuanto mayor sea el pecado más dureza de corazón puede provocar, y más puede debilitar nuestra capacidad de reacción para vencer. Si alguien llega al punto de querer y no poder vencer debe recurrir a ayuda. Primero la confesión repetitiva y la oración. Con esto a veces es suficiente, pero si no se consigue el objetivo deseado serían necesarios otros medios.


Resumiendo: por muchas experiencias de Dios que tengamos y muchos milagros que podamos ver, si nos mantenemos en nuestra rebeldía, si nuestra mente manipulada nos impide creer, o si no reconocemos y confesamos nuestro pecado, la voz del Espíritu Santo será como el agua de lluvia que cae sobre un pedregal. Por mucho que llueva, el agua es repelida y la poca humedad superficial se seca rápidamente.

Si “Hoy” el Espíritu Santo te habla, no endurezcas tu corazón. Lo repito con la misma Palabra de Dios: «Si hoy oís su voz no endurezcáis vuestros corazones» (Hb 4,7).

¡Vale la pena escuchar y vivir para Dios!


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