¡Levántate, valiente guerrero!
Todo guerrero tiene un corazón apasionado, un corazón con un propósito.
Si nuestro corazón está feliz, ¡imagina el corazón de Dios!
David habló siete veces con Dios y solo dos con el gigante. No escuches al gigante, no prestes oídos a tus problemas. ¡Presta atención a Dios! ¡Si tu objetivo es el gigante, caerás; pero si es el Señor, el gigante caerá! Imagino que los soldados de Israel miraban al gigante y decían: “¡Yo no voy a poder, es muy grande!”. Pero la frase de David era la siguiente: “Él es muy grande, pero yo voy a vencerlo”.
Dile a Dios el tamaño de tu gigante y, cuando vayas a enfrentarlo, dile que cuentas con la fuerza del Señor de los ejércitos. El mundo ha robado el ánimo de nuestras vidas, la esperanza de nuestra alma; estamos perdiendo la fuerza para luchar.
La esperanza que necesita ser plantada en nuestro corazón es la de Dios. Pero cuando nuestro enfoque no es el Señor, nuestra esperanza es débil. Nuestra fuerza necesita ser la del Espíritu Santo.
Preparémonos, porque las pruebas vendrán. Seamos como David, así todos los gigantes caerán. La felicidad es de adentro para fuera y tiene un nombre: Dios. Los problemas vendrán a lo largo de nuestra caminata, pero no debemos darle valor. La presencia de Jesús no significa que no tendremos tempestades, sino que la barca de nuestra vida no se hundirá. ¡Dios es nuestro guerrero!
La fe no evita nuestros problemas, pero nos ayuda a creer que vamos resolverlos. ¡La fe cambia el final!
“Ajab contó a Jezabel lo que Elías había hecho y cómo había pasado a filo de espada a todos los profetas de Baal. Entonces Jezabel envío a Elías este mensaje: ¡Que los dioses me castiguen, si mañana a estas horas no estás tú tan muerto como ellos! Elías se llenó de miedo y huyó para salvar su vida. Al llegar a Berseba de Judá, dejó allí a su criado. Él se adentró por el desierto un día de camino, se sentó bajo una retama, y deseándose la muerte decía: ¡Basta Señor! Quítame la vida, que no soy mejor que mis antepasados. Se acostó y se quedó dormido, pero un Ángel lo tocó y le dijo: levántate y come” (1 Reyes 19, 1-4)
Cada vez que los ángeles se nos acercan, despiertan en nosotros la esperanza. La esperanza no es una promesa de solución inmediata, sino que nos da la seguridad de una solución inicial.
¡No sé desde cuando estás soportando tus dolores, tus luchas, pero tengo la seguridad de que todo va pasar, porque todo tiene su tiempo! Santa Madre Teresa vivió treinta años en una aridez de desierto, pero nunca nadie vio a la Santa Madre sin una sonrisa en el rosto. ¿Por que? Porque nada ni nadie podía quietar la sonrisa de ella.
Dios nos aconseja hacer de nuestro desierto un lugar de crecimiento, de cambio. Si tu has vivido ese tiempo, el Señor quiere hacerte una invitación: “Haz de tu desierto un tiempo de victoria y no desistas mientras las promesas de Él no acontecen en tu vida”
“Se sentó bajo una retama, y deseándose la muerte decía: ¡Basta Señor! Quítame la vida, que no soy mejor que mis antepasados” (1 Re 1,4).
En los momentos de pérdidas, de dolores; ¡cuantas personas han intentado quitarse la vida! Aquel que intentó suicidarse no está buscando quitarse la vida, sólo quiere hacer desaparecer el dolor. Existe una diferencia entre cansancio y desanimo. Cansancio es un sentimiento de quien hizo mucho; desanimo es el sentimiento de quien nada hizo. Aún cansados, no podemos huir de nuestras luchas; nuestras pérdidas sirven para que Dios pueda mostrarnos que esta con nosotros.
¡Todo podemos en Aquel que nos fortalece!
Tu ángel dice: “¡Levantate, valiente guerrero!”, tenemos un largo camino por recorrer.
¡No huyas de tus luchas, confía en Dios y los gigantes de tu vida caerán!
¡La alma del guerrero tiene la seguridad de la victoria!
Traducción: Thaís Rufino de Azevedo
Campamento PHN 2014
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