Como preparar a tu hijo para lidiar con la frustración
La escuela de la vida es un excelente gimnasio para entrenar y lidiar con la frustración
¿En un mundo de opciones tan variadas es posible preparar a nuestros hijos para convivir con esa diversidad? ¿Es posible decir “no” a aquello que no es bueno para ellos y enseñarles a convivir con las frustraciones?
Para responder a esas preguntas necesitamos, primero, entender qué es la frustración. Es un estado que vivenciamos cuando algo nos impide alcanzar nuestro objeto de placer. Sabemos que existen varias barreras limitadoras – sean sociales, psicológicas, físicas o espirituales-, y es bueno que así sea, porque nos impiden tener comportamientos nocivos para nosotros y para los demás. La forma que lidiamos con eso genera satisfacción o insatisfacción.
Durante toda nuestra vida, pasamos por realidades repletas de expectativas no atendidas, tales como la falta de personas y de sentimientos que nos gustaría que tuvieran o no con nosotros. Esos sentimientos pueden despertar emociones de rabia o tristezas, las cuales acaban transformándose en ira o depresión, llevando a nuestros hijos a pequeños o grandes sufrimientos.
La frustración puede atacar principalmente el autoestima de nuestros hijos y llevarlos a hacer elecciones equivocadas, tales como las drogas o las relaciones complicadas.
¿Cómo hacer para que el niño aprenda a convivir y a trabajar esas frustraciones inevitables? Es un gran dilema vivenciado diariamente por muchos padres.
La escuela de la vida es una excelente academia para entrenarnos desde pequeños, y colocar límites que nos permitan crear condicionamientos mentales, que nos proporcionarán madurez y condiciones para lidiar con frustraciones mayores. Ese es un punto importante a trabajar para quienes tienen hijos pequeños.
En ese punto, hemos vivido una realidad preocupante. Como la vida profesional de los padres exige que estén mucho tiempo fuera, estos terminan atendiendo a los deseos de los hijos, cosa que no deberían, para calmar el sentimiento de culpa que sienten por causa de la ausencia.
La gran mayoría de los padres, si se les pregunta sobre qué es lo que más quieren para sus hijos, probablemente responderán: que sean felices. Para eso, se esfuerzan para ofrecer a los niños las mejores condiciones, pero, muchas veces, pierden la oportunidad de enseñar la simplicidad de la felicidad. Debemos entender que dentro de cada uno existe una persona débil y fuerte. La pregunta que tenemos que hacernos es: ¿Cuál estamos alimentando en nuestros hijos? Enseñarles a lidiar con las emociones y sentimientos es parte de nuestro papel de educadores, a fin de que puedan superar las frustraciones que enfrentarán durante toda la vida.
El primer aprendizaje que tenemos como suceso es lo que el mundo nos enseña, o sea, creamos condiciones para desarrollar principalmente el cociente intelectual, y nos olvidamos el cociente emocional y espiritual, que es la capacidad de lidiar con las emociones ante los desafíos diarios de la vida. La capacidad de trascender, dejar de lado las necesidades satisfechas en el presente para una mejor vida en el futuro.
Nuestro papel es trabajar las competencias de nuestros hijos, sus conocimientos, habilidades, y principalmente, sus actitudes a los valores y a las creencias que volcamos en ellos a partir de la forma de ver el mundo. La escuela puede ser una compañera, pero los padres no pueden tercerizar una función que es inherente a su vocación. Y la vocación de los padres católicos es ser los primero educadores y catequistas de sus hijos.
¿Entonces qué podemos hacer como padres para ayudar a los niños pequeños? Primero buscar el autoconocimiento, porque quien se conoce tiene más posibilidades de aceptarse construyendo una buena autoconfianza. Las personas que reconocen sus cualidades y defectos tienen más facilidad para trabajar comportamientos inadecuados sin sentirse una persona inadecuada. Eso permite que tenga la valentía de cambiar cuando es necesario y aceptar aquello que no puede cambiar.
Trabajar la paciencia para que aprendan a esperar, haciendo que la frustración sea menos dolorosa. El dialogo es fundamental para que el niño aprenda a compartir sus sentimientos, los cuales cuando son expresados pueden trabajarse mejor.
Aprender a ser persistentes, pocas cosas conseguimos sin tener que luchar.
Como dice San Pablo, necesitamos combatir el buen combate. Ser resilente, o sea, tener la capacidad de cambiar de estado de acuerdo a algunas situaciones, controlar impulsos y aceptar las adversidades y alegrías como parte de la vida, pues el mundo no se restringe a nuestro ombligo, sino a una colectividad.
Recuerda: nuestros hijos son como hojas en blanco, sobre las cuales podemos escribir nuestras frustraciones y miedos o contribuir para aprender a lidiar con las decepciones y superarlas. Como en el gimnasio, tenemos que comenzar con los ejercicios más leves hasta llegar a los más exigentes, o sea, ayudarlos a ser adultos maduros y felices.
Ángela Abado – Coordinado del grupo de madres que rezan por sus hijos en la Parroquia San Camilo de Lelis. Graduada en Servicio Social y cuenta con un post-grado en Administración de Recursos Humanos y en Gestión Empresarial.
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