Debemos pedir al Señor que sane nuestras heridas de toda la vida
Quien se coloca debajo del sol, se broncea. Si tomamos sol en exceso, sufriremos sus consecuencias. Con Dios sucede algo parecido pues nadie se pone en su presencia sin ser beneficiado por sus gracias. Las marcas de la presencia del Todopoderoso también son irreversibles para nuestra salvación. Cuando nos dejamos conducir por el Espíritu Santo, El nos da libertad. El Señor nunca pensó en acercarnos a El para sacar algo de nosotros, mucho menos para cortar nuestra libertad. Si El no quisiese nuestra libertad, ¿Por qué nos creó libres?.
Nuestra libertad fue comprometida por nuestra propia culpa, porque quien peca se vuelve esclavo del pecado. Por los errores y los vicios que entran en nuestra vida, quedamos debilitados. El Padre nos dio a Cristo para liberarnos de aquello que nos ata. Dios nos muestra los caminos que podemos seguir pero la libertad de escoger es nuestra. El deseo del Señor es liberarnos de toda angustia, de toda opresión. Su deseo es vernos felices.
En Gálatas 5,1 leemos: “Para ser libres, Dios nos liberó. Por lo tanto, mantenganse firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud“. Cristo nos amó, murió en la Cruz por nosotros, para que no fuésemos esclavos del pecado. El Resucitado nos liberó de todo mal, de toda trampa del enemigo para que nos mantengamos libres. Con todo, nadie es libre en la maldad. Una vez que el Espíritu Santo nos visita, no hay brechas para el pecado.
¿Quién conoce las cosas que hay en el hombre sino es el espiritu del hombre que reside en él? (Coríntios 2,10-16). Así también nadie conoce las cosas de Dios sino su Espíritu.
Nadie puede saber que hay en nuestro interior si no abrimos la boca y decimos lo que pensamos. Cuando rezamos Dios Padre nos rehace y el Espíritu Santo nos sana y libera. Orar es estar desnudos en la presencia de Dios, es abrirse a El. Cuando oramos, nos colocamos en la presencia del Altísimo, nos exponemos y somos sanados. Cuando nos sacamos la ropa frente al espejo, vemos lo que queremos y lo que no queremos. Todo lo que hacemos de mal, vuelve a nosotros en el momento de la oración. En el momento en que el Señor nos muestra quienes somos, El también muestra quien es. Si El nos revela una cosa que no es buena es porque necesitamos arreglarlo.
En la oración aprendemos a oir al Señor. No existe nadie que habiendo orado, el Señor no le haya respondido. Y si El no responde directamente lo hará a través de una persona o de un acontecimiento, pero responde. Nosotros necesitamos aprender a escucharlo en la oración para conocer los planes que El tiene para nuestra vida.
Nosotros necesitamos, en la oración, pedir al Espíritu Santo, que nos haga descubrir lo que está mal en nosotros. Dios sabe cuando fuimos heridos y sabe cómo sanarnos.
Nuestra vida entera es un proceso de sanación interior. Mientras estamos con los pies en la tierra nuestra vida será un proceso de sanación interior. Nosotros tendremos que presentarnos delante de Dios. El Todopoderoso tiene un plan para nuestra vida, un plan de amor, de realización y de felicidad para nosotros. Si no abrimos nuestro corazón para la oración, correremos el serio riesgo de morir sin conocer el plan que Dios tenía para nosotros.
¡Dios te bendiga!
Comunidad Canción Nueva
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