¡La fe nos salva, la fe nos sana, nos libera, nos restaura e introduce en la eternidad de Dios!
“Ánimo, hija; tu fe te ha salvado” (Mt 9,22). Hoy un jefe se acerca de Jesús para presentar la situación de tu hija: “Mi hija acaba de morir, pero ven, pon tu mano sobre ella, y vivirá” (Mt 9,18).
Confianza, seguridad y convicción es saber que aunque la hija ya estuviese muerta, si Jesús hubiera estado ahí, Él podría haberla liberado del poder de la muerte. Fe es confiar, es creer, es no desesperarse aún delante de la muerte – la última de las situaciones de la vida para la cual no existe otra solución humanamente hablando- aún cuando el dolor, enfermedad o problemas sean demasiado grandes, la fe es confiar y saber que en Jesús existe luz y existe vida y es Él quien cuida de nosotros!
Mientras este mismo hombre se acerca al Señor para pedirle e interceder por su hija , Jesús pasa en medio de la multitud y allí, una mujer que sufría una hemorragia crónica hacía doce años – qué sufrimiento, qué dolor y encima tenia que enfrentar el prejuicio de las personas, porque el hecho de vivir con esa hemorragia la convirtió en impura, de forma que ella no podía acercarse a las personas. Y ella sabía que, si tocase a Jesús, quedaría sana. “Si consigue al menos tocar en la orla de su manto”, pensaba ella.
Y siendo osada ella hizo esto:0 fue y tocó el manto de Jesús; temiendo ser reprendida, se agachó, y Jesús le dijo: “Animo, hija; tu fe te ha salvado”, y esta mujer fue sana a partir de aquel momento.
Déjame decirte algo: permite que la fe tome cuenta de tu vida, permite que la fe en Dios dirija tus pasos. No es una fe ciega, ingenua, sino una fe convicta, una fe de alguien que sabe donde puso la confianza de su vida. Pero aprende una cosa: fe no es creer que Dios hará las cosas de nuestra manera; fe no es pensar que vamos a conseguir que Dios haga las cosas a nuestra manera; fe no es pensar que vamos a conseguir que Dios sea rehén de aquello que deseamos o queremos.
La fe nos salva, la fe nos sana, la fe nos liberta, nos restaura y nos introduce en la eternidad de Dios. Aquel que tiene fe no conoce la muerte, ni suya ni de los suyos. La muerte es un sueño en que la mano de Dios nos toca y despertamos – son momentos de “cruces”, a veces más duras o incluso insoportables, pero donde es más profundo el dolor, mayor es la fe y el consuelo de Dios estará presente.
¡Que nuestra fe se fortalezca y nos de la seguridad de que, si estamos en el regazo de Dios, es Él quien cuida de nosotros!
¡Dios te bendiga!
Padre Roger Araújo
Sacerdote de la Comunidad Canción Nueva
Sacerdote de la Comunidad Canción Nueva
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