Lucas 15, 7
Las parábolas de Jesús que leemos hoy nos enseñan que Dios quiere que todos se arrepientan de sus maldades, y explican que, si nos confesamos, no hay pecado que nos impida entrar en el cielo.
Pero a veces limitamos a Dios; creemos que perdonará ciertos pecados, pero que hay otros que son demasiado graves, terribles o vergonzosos como para ser perdonados, como el maltrato a la esposa, el abuso de niños, el adulterio o el aborto, y creemos que quienes hacen eso no pueden recibir la misericordia de Dios. Pero no es así. La verdad es que no hay ningún pecado, por espantoso que sea, que no pueda ser perdonado por Dios.
En nuestra propia vida puede haber faltas que nos causan enorme vergüenza y remordimiento, y nos hacen dudar de que Dios realmente quiera aceptarnos de nuevo. Jesús enseña que Dios ama al pecador y busca al que se ha desviado del camino recto. Cuando nos arrepentimos con humildad y sinceridad, no hay ningún pecado que pueda separarnos del amor de Dios.
Las dos parábolas que leemos hoy relatan el enorme gozo que se siente al encontrar algo valiosísimo que se había perdido. La mujer llamó a sus amigas y vecinas para celebrar con ella: “Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido” (Lucas 15, 9).
Estas parábolas también demuestran que el gozo de nuestra fe es algo que debe compartirse. La vida cristiana no debe vivirse aisladamente. Por el contrario, si compartimos la fe, podemos experimentar mejor lo que significa ser hijo o hija de Dios. La primera carta de San Pedro explica que la fe permite salir del aislamiento y la soledad y hacerse parte de un cuerpo de fieles que aman y sirven a Dios. Dice: “Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes Dios no les tenía compasión, pero ahora les tiene compasión” (1 Pedro 2, 10).
De modo que podemos regocijarnos por ser miembros de la Iglesia, y participar así en el gran júbilo que hay en el cielo cuando alguien se reconcilia con Dios. Jesús dijo: “Les digo que así también hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se convierte” (Lucas 15, 10).
“Padre celestial, ayúdanos a creer que tú perdonas todos los pecados, por muy grandes que sean. No dejes, Señor, que nada nos impida llegar a tu lado.”
Filipenses 3, 3-8
Salmo 105(104), 2-7
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