lunes, 12 de noviembre de 2018

Meditación: Lucas 17, 1-6

No es posible evitar que existan ocasiones de pecado,
pero ¡ay de aquel que las provoca!
Lucas 17, 1


La sociedad actual, al haberse dejado dominar por la tendencia secularista y haberse desentendido de los mandamientos de Dios y de los valores cristianos, es cada vez más propensa al pecado y la corrupción, lo cual es naturalmente fuente de tentación y confusión para muchos.

El Señor nos advierte que, si los cristianos hacemos mal uso del libre albedrío, inevitablemente encontraremos piedras de tropiezo y el castigo por hacer caer en pecado a un inocente es la muerte. Ahora bien, los cristianos tenemos el deber de ayudar a quienes han caído en pecado a volver a la gracia. Reprende al pecador, dijo Jesús, y si se arrepiente, perdónalo.

Los rabinos decían que todo el que perdonara tres veces era ya perfecto; Jesús tomó esa norma y la multiplicó mucho más. Pero la norma cristiana no es cosa de sacar cuentas, porque cuando Jesús dijo que hemos de perdonar setenta veces siete, el sentido era perdonar siempre, ¡sin límites! En efecto, los cristianos debemos perdonarnos siempre como Dios nos perdona a nosotros sin limitación alguna.

Sin embargo, aun si interpretamos las enseñanzas de Jesús como un llamado a la santidad personal y la salvación, la tendencia egocéntrica nos lleva a pasar por alto el hecho de que todos somos partes del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Las enseñanzas tienen la finalidad de ayudar a edificar el cuerpo colectivo, como también a sus miembros en forma individual. San Pablo decía que los diversos dones del Espíritu Santo se dan para el bien común (1 Corintios 12, 7), no para la edificación personal de quien los recibe. En efecto, también debemos preocuparnos por el bienestar de los demás y no solamente del nuestro.

Los apóstoles pensaban que no tenían fe suficiente para el ministerio que Cristo quería encomendarles, y por eso le suplicaron que les aumentara la fe. Jesús les dijo que no se trataba de cuánta fe tenían, sino de cómo la usaban. Porque si usamos la fe con toda decisión, por muy pequeña o poco desarrollada que esté, irá creciendo y fortaleciéndose. Cuando se usa bien la fe, ella pone en acción el poder de Dios para establecer su Reino en la tierra (2 Corintios 12, 9).
“Señor Jesús, concédeme la gracia de perdonar a quienes me han ofendido y enséñame a no hacer mal uso de mi libertad en mi caminar contigo.”
Tito 1, 1-9
Salmo 24(23), 1-6
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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