lunes, 4 de febrero de 2019

La obediencia como camino

Charles de Foucauld, Meditación sobre los evangelios, n.194
«…al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con él. Pero no se lo concedió» (Mc 5, 18-19)

La verdadera, la única perfección, no es llevar tal o tal género de vida, es hacer la voluntad de Dios; es llevar el género de vida que Dios quiere, donde quiere, y de llevarlo como él mismo lo habría llevado.

Cuando nos deja la elección a nosotros mismos, entonces sí, procuremos seguirlo paso a paso, lo más exactamente posible, compartir su vida tal como fue, como lo hicieron sus apóstoles durante su vida y después de su muerte: el amor nos empuja a esta imitación. Si Dios nos deja esta elección, esta libertad, precisamente es porque quiere que despleguemos nuestras velas al viento del amor puro y que, empujados por él, ” corramos tras el olor de sus perfumes” (Ct 1,4 LXX) en un exacto seguimiento, como san Pedro y san Pablo…

Y si un día Dios quiere apartarnos, por un tiempo o para siempre, de este camino, por muy bello y muy perfecto que sea, no nos turbemos ni nos asombremos. Sus intenciones son impenetrables: él puede hacer por nosotros, en medio o al fin de la carrera, lo que hizo por el Geraseno al principio. Obedezcamos, hagamos su voluntad…, vayamos donde quiera, llevemos el género de vida que su voluntad nos designe. Acerquémonos siempre a él con todas nuestras fuerzas y estemos en todos los estados, en todas las condiciones, como él mismo habría estado allí, como él se habría comportado allí, si la voluntad de su Padre le hubiera puesto allí, como nos pone allí.

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