La vida espiritual también ES impregnada por tiempos de aridez, falta de gusto por las cosas de Dios, soledad, desánimo ... En esos períodos, somos privados de los consuelos sensibles y espirituales. Eso, incluso cuando no lo entendemos, favorece nuestro crecimiento en la vida de oración y en la práctica de las virtudes.A pesar de muchos esfuerzos, de disciplina en la vida espiritual, la persona al pasar por esos momentos de desierto, no siente gusto en la oración; al contrario, experimenta en ella el cansancio, el desánimo, la ausencia de la presencia de Dios. Como si Él se hubiera olvidado de nosotros y el tiempo parece que no tiene fin. Podríamos decir que la fe y la esperanza están dormidas. El alma parece envuelta en una especie de insensibilidad. Es un momento doloroso que no se experimenta la alegría.Este período de aridez nos ayuda a desprendernos de todo lo que no proclama el señorío de Jesús en nuestra vida, nos enseña y nos educa cómo buscar a Dios por lo que Él es, y no por aquello que Él puede ofrecernos.Aprendamos a servir a Dios sin gusto por hacerlo. Aprendamos a buscarlo en todo momento. Aprendamos a tener nuestros ojos fijos en Él. Así el Señor fortalecerá nuestra fe, nos impulsará a no renunciar en la búsqueda de hacer el bien y nos enseñará el camino de la constancia al igual que Santa Teresa de Jesús que, durante años, dudo de la presencia de Jesús en la Eucaristía, pero no por eso dejó de hacer Adoración Eucarística.Es por medio de ese ejercicio que se fortifica la virtud. Yo suelo decir a mis hijos en Canción Nueva: "10% es inspiración y 90% de transpiración".
Tu hermano,
Monseñor Jonas Abib
Fundador de la Comunidad Canción Nueva
Adaptación del original en portugués
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