Un trampolín para la santidad
Seguir a Jesucristo no es una aventura para los fuertes, sino una caminata para aquellos que saben perseverar. Si el propio Jesús cayó tres veces bajo el peso de la cruz, ¿como podemos esperar ser tan fuertes e invencibles durante este camino? No persevera aquel que nunca cayó, sino aquel que, en el suelo, tiene la humildad de extender la mano hacia la misericordia de Dios y se levanta para retomar la caminata.
Los errores en la caminata son motivos negativos que llevan a la aridez: cansancio espiritual-psicológico. Este cansancio es distinto al causado por las actividades. Es una cansancio por desgate, un agotamiento espiritual y psicológico que roba la alegría de vivir la vida, la fe y la vocación.
fuente: portal www.cancionnueva.com
La aridez espiritual y los momentos de crisis son inherentes a la caminata espiritual. Lo importante es qué hacemos con nuestras crisis. La aridez puede transformarse en un trampolín para la santidad o un peso que no hunde en la infidelidad, como nos enseña San Francisco de Sales (1567-1622).
MOTIVOS DE LA ARIDEZ
La primera causa de la aridez es la acción de Dios, en la vida del cristiano. Muchas veces, aquello que nos animaba en la fe no es más motivo de entusiasmo. Eso es bueno, porque nuestras motivaciones necesitan madurar. Tenemos que entender que “las obras de Dios no son Dios” (Venerable Cardenal Van Thuan, 1928-2002). En este sentido me parece que podemos observar tres fases:
-En el inicio de la caminata, la persona, encantada con la belleza de las obras de Dios, siente un impulso a vivir las cosas de Él. En el lenguaje de Santa Teresa de Jesús (1515-1582), que es maestra en este asunto, se trata de los consuelos espirituales. Esos consuelos que son experiencias espirituales, comunitarias y espirituales del inicio son importantes, pero insuficientes para un verdadero conocimiento de Dios. Y ahí surge una primera purificación de esas realidades.
-Después, la persona madura y va descubriendo el sentido del servicio al Señor. Surge el entusiasmo por dedicarse a sus cosas, a empeñarse en la misión. Esto es muy bueno, es profundamente evangélico; sin embargo, el servicio tampoco es Dios. Justamente aquí surgen los cansancios, los fracasos las frustraciones. La tendencia es el desánimo. Ese es el momento del descubrimiento de Dios, el momento de la decisión por el amor. San Juan dice: “Aquel que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios “(1Jn 3,7). No existe otra forma, solo cuando el amor es puro y gratuito conocemos a Dios. Solamente cuando el amor a Dios es libre de condiciones, de sentimientos, personas y estructuras, este amor es libre y puro.
Los errores en la caminata son motivos negativos que llevan a la aridez: cansancio espiritual-psicológico. Este cansancio es distinto al causado por las actividades. Es una cansancio por desgate, un agotamiento espiritual y psicológico que roba la alegría de vivir la vida, la fe y la vocación.
El cansancio y sus causas:
-Activismo: Asumir tareas y misiones sin respetar el descanso del cuerpo y la mente, o el respeto por la vida y sus bellas realidades como, por ejemplo, el tiempo para la amistad, la práctica de un deporte, etc. En el activismo, la persona descentralizada de lo esencial de su misión, huye de si misma y es motivada por impulsos inmaduros, por sus agitaciones interiores, por la vanidad, por la necesidad de dominio o incluso por un celo irreal por la obra de Dios.
-Falta de disciplina: Nos lleva a dispensar energía para organizar la vida desorganizada. La disciplina nos encamina con naturalidad a los compromisos. Sin organización surge la frustración y el incumplimiento de los compromisos.
-Fracaso en el apostolado: Pablo experimentó fracasos, como en Atenas, y supo hacer de ellos causas de conversión (cf. 1Cor 2,1-5). Incluso el Evangelio está lleno de situaciones de fracaso de Jesús junto al pueblo, los suyos y los discípulos, porque no entendían su mensaje. Para los orgulloso, los fracasos son motivos de desanimo y acusaciones. Para los humildes, los fracasos son pistas para retomar lo esencial de la misión.
-Una espiritualidad insuficiente: La prisa en la oración, la poca calidad en la oferta de si mismo. ¡El cansancio viene cuando se pierde la identidad y el sentido! Una fuente de reposo es el redescubrir lo esencial de nuestra vocación. La oración nos coloca en el corazón de Dios, manteniéndonos en la identidad y en el sentido de nuestra caminata.
-El retraso de la conversión: Cuando no asumimos la decisión del cambio y vamos retrasando la conversión, hay una tremenda lucha y una pérdida de energía en el sostenimiento de la identidad y de las prácticas antiguas. A veces, luchamos con realidades interiores que son innecesarias y cargamos “no el suave peso y el fardo leve de Cristo”, o sea, “la mansedumbre y la humildad” que es su doctrina (cf. Mt 11,29), pero el peso de nuestras mentiras, de nuestros orgullos: la angustia de quien no perdona, la acidez de quien critica, la lucha de quien tiene un corazón duro, la desconfianza de quien no confía, la desesperación del orgulloso. El tiempo pide la madurez de ser feliz en la donación de uno mismo. Cuando se resiste a la felicidad de la madurez, y se continúa insistiendo en recibir, surge luego una vida frustrada, y la caminata humana/cristiana se vuelve infeliz y pesada.
-La no aceptación de la propia verdad: La mentira sobre nosotros mismos nos hace gastar energías en cosas innecesarias, como también esforzamos por mantener oculta nuestra verdad. Dios nos ama, no a pesar de nuestra debilidad, sino porque somos débiles. Buscamos el bien no por merito, sino como repuesta a su amor y, cuando parecemos ricos, sepamos que continuamos pobres porque solo Él es rico. Es necesario reconocer nuestras debilidades con libertad y alabanza (cf. 1Jn 1,8-9; 1Cor 1,27; 2Cor 12,10).
-Luchar contra Dios y su voluntad: tener un corazón agradecido, alabar la gloria de Dios
Delante de todo esto, necesitamos discernir el motivo de la aridez. Para eso, es importante un director espiritual. Discernido, especialmente si lo motivos son los errores en la caminata, será necesario aplicar los remedios adecuados. San Ignacio de Loyola (1491-1556) decía que “en la tribulación no se debe tomar ninguna decisión”. Esto es importante, porque se trata de un momento de fragilidad que el maligno puede usar para confundirnos. Es fundamental que en toda aridez se mantenga la decisión por Cristo, porque Él mismo nos dijo: “Busquen y encontrarán. Llamen y se les abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe. Quien busca encuentra. Y al que llama se le abrirá” (Mt 7,7-8).
André L. Bothelo de Andrade
Padre de tres hijos. Con formación en teología y filosofía Tomista, Fundador y Coordinador General de la Comunidad Católica Pantokrator.
Padre de tres hijos. Con formación en teología y filosofía Tomista, Fundador y Coordinador General de la Comunidad Católica Pantokrator.
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