El Altísimo le concedió esta extraordinaria bendición y privilegio porque ella creyó firmemente, sin dudar en el mensaje del arcángel Gabriel y confió fielmente en las promesas de Dios, a pesar de que siendo virgen quedó encinta por obra del Espíritu Santo, que tuvo que dar a luz en un pesebre y luego huir a Egipto con su Hijo recién nacido; y que una espada le atravesó el alma al ver a su Hijo rechazado, flagelado y crucificado injustamente, como se lo había profetizado Simeón (Lucas 2, 35).
María siguió muy de cerca todo lo que sucedía con su Hijo y luego con la Iglesia nacida de él, siempre plenamente convencida de que Dios llevaría a feliz término toda su obra. Finalmente, al pie de la cruz, con el alma traspasada de dolor, María hizo su acto final de abandono al entregar a su Hijo en manos de Dios.
En todas estas dolorosas circunstancias, María permaneció fiel a la palabra del Señor, sin flaquear en la fe, mientras descubría cada vez más lo muchísimo que Dios la amaba a ella y a todo su pueblo, hasta aquel día feliz en que fue asunta en cuerpo y alma al cielo.
María es la gloriosa Mujer del Apocalipsis; la hija del Rey ricamente engalanada; la triunfadora del dragón infernal; la nueva Judit; la preferida de Dios. La Virgen María es nuestra Madre y nuestro mejor modelo de fidelidad cristiana. Ahora, desde el cielo, la Reina de los Apóstoles intercede por nosotros con cariño y nos guía y anima en nuestro caminar hacia Cristo. Encomendémonos a ella sin duda ni reserva.
“Santísima Virgen María, que fuiste asunta al cielo con tu Inmaculado Corazón lleno de gracia y de amor a Dios y a tus hijos, ruega solícita por los tuyos, que nos debatimos entre luchas y tempestades en este valle de lágrimas. Concédenos cumplir la voluntad divina para llegar un día nosotros también, como tú, a gozar de la gloria del Todopoderoso.”fuente Devocionario Católico La Palabra entre nosotros
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