Esta mañana, en la Basílica de San Pedro, hemos celebrado la Misa de clausura de la Asamblea del Sínodo de los Obispos, dedicada a los jóvenes. La Primera Lectura del profeta Jeremías fue particularmente adecuada para este momento porque es una palabra de esperanza que Dios da a su pueblo, una palabra de consuelo basada en el hecho de que Dios es padre de su pueblo. Lo ama y lo cuida como a un hijo, le abre un horizonte de futuro, un camino viable y transitable, por el cual pueden caminar los ciegos, los cojos, la embarazada y la mujer que da a luz. Es decir, las personas en dificultad. Porque la esperanza de Dios no es un espejismo, como ciertas publicidades en las que todos son sanos y hermosos, sino que es una promesa para la gente real, con sus virtudes y defectos, potencialidades y fragilidades. La promesa de Dios es para gente como nosotros.
Esta Palabra de Dios expresa bien lo que hemos vivido durante la experiencia del Sínodo. Ha sido un tiempo de consuelo y de esperanza, precisamente a través del trabajo exigente y también agotador, fue ante todo un momento de escucha. La escucha requiere tiempo, atención, apertura de la mente y del corazón, pero este compromiso se convertía cada día en consuelo, sobre todo porque teníamos en medio de nosotros la presencia viva y estimulante de los jóvenes con sus historias y contribuciones. A través de los testimonios de los padres sinodales, la realidad multiforme de las nuevas generaciones ha entrado en el Sínodo, por así decirlo, desde todos los puntos de vista, desde todos los continentes, y desde muchas situaciones humanas y sociales diferentes.
Con esta actitud fundamental de escucha hemos tratado de leer la realidad, de captar los signos de nuestro tiempo. Un discernimiento comunitario, hecho a la luz de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo. Este es uno de los dones más hermosos que el Señor hace a la Iglesia Católica, es decir, reunir voces y rostros de las realidades más variadas y así poder intentar una interpretación que tenga en cuenta la riqueza y complejidad de los fenómenos siempre a la luz del Evangelio.
Así, estos días, hemos discutido sobre como caminar a través de muchos desafíos, como el mundo digital, el fenómeno de la migración, el sentido del cuerpo y de la sexualidad, el drama de la guerra y la violencia. Los frutos de este trabajo ya están fermentando, al igual que el jugo de la uva, en las barricas después de la vendimia. El Sínodo de los jóvenes fue una buena cosecha y promete un buen vino, pero quisiera decir que el primer fruto de esta Asamblea Sinodal debería ser precisamente el ejemplo de un método que se ha intentado seguir desde la fase preparatoria. Un estilo sinodal que no tiene como objetivo principal la redacción de un documento que también es valioso y útil. Más importante que el documento, sin embargo, es la difusión de una forma de ser y de trabajar juntos, jóvenes y ancianos, en la escucha y en el discernimiento, para llegar a opciones pastorales que respondan a la realidad.
Por ello, invocamos la intercesión de la Virgen María, a ella que es la Madre de la Iglesia, confiamos la acción de gracias a Dios por el don de esta Asamblea Sinodal, para que Ella nos ayude a llevar adelante todo esto que hemos experimentado, sin miedo, en la vida ordinaria de las comunidades. Que el Espíritu Santo, con su sabia imaginación haga crecer los frutos de nuestro trabajo, para que podamos seguir caminando juntos con los jóvenes de todo el mundo.
Ángelus 28.10.2018
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